Los cerebros no se originaron para que sus propietarios pudiesen percibir su entorno de la manera más consciente posible, sino como herramientas en la lucha por la supervivencia. De ahí que la atención consciente se fatigue en cuanto en nuestro entorno hay poca actividad: en el mundo exterior no hay informaciones nuevas cuyo procesamiento sea vital o ni tan siquiera útil. Por eso, la percepción se desactiva: hasta que no se produce un chasquido, relampaguea o como mínimo sucede algo sorprendente no volvemos totalmente a nosotros.

