Solo cuando, por un lado, nuestra percepción y nuestra razón funcionan a pleno rendimiento y, por el otro, nos da la impresión de que tenemos el control absoluto de los acontecimientos, somos capaces de concentrarnos plenamente y sin esfuerzo. El control automático de la atención se encarga de que permanezcamos en la percepción del presente, y obvia los pensamientos del pasado y del futuro.

