la violencia está marcada por el género: quien violenta es siempre un sujeto normativamente masculino, y quien recibe la violencia, sea hombre o mujer, acaba feminizado por ese acto. Es decir, decía la Pratt, la noción de víctima no solo se asocia simbólicamente y materialmente a las mujeres, ¡hasta la palabra víctima es femenina! Y la agencia, tanto la de ejercer violencia como la de proteger, sigue pensándose en masculino.