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Así nos vamos yendo, existiendo como sea, como se pueda, en los días que siguen a la muerte, en las semanas, en medio del tiempo que ha perdido todo sentido pero que sigue pasando.
Uno no es nada, le repitió Ana Gregoria, las dos sentadas sobre el piso de tierra del patio de la casa de ella. Y Soledad entendió por fin en todo el cuerpo el peso de cada palabra en esa frase.
El taxista, el portero, todos tienen mi vida entre sus manos y yo, yo camino sin saber muy bien a dónde ni por qué.