Kindle Notes & Highlights
Wapi, en mapudungun, significa isla, que es otro modo de llamar a Chilco.
Hay un océano entre medio. Hay una inmensidad de sal. Hay un mar que se traga todo y me está devorando.
Pero desde hace días me sentía desmesurada, como si tuviera un oleaje en mi interior, tan profundo que no encuentra su punto de fuga.
Tal vez ese es mi mal, contagiar, no gozar. La cuestión es que aplico la talla rápida como estrategia para evitar hablar de la incomodidad.
No se podía ignorar la sensación de encierro, a pesar de la amplitud del mar.
Cuando se nace con nada, se hacen maravillas con lo escaso. Montaje tras montaje, un Frankestein de basuritas. Cuerpos que habían resistido hogares incendiados, inundaciones, aluviones y terremotos. Un país levantado a punta de campamentos y obstinación.
Los empobrecidos que deseaban hacer la guerra contra otros empobrecidos.
Las fracturas y los agujeros de la tierra también nos perforaban la carne. El cuerpo que alguna vez fue un colectivo capaz de coexistir se desmembraba. Nos desgajábamos como un racimo de uva picoteado por un pájaro hambriento bajo el sol.
Me brotan mis muertos en el cuerpo con dulzor de borraja y palqui tierno levantada en el arco de la muerte soy ahora.
Como ese viento, como el palqui. Kiñe truyu, Pascale.
Todavía nos queda mucho por hacer, ni que toda la vida fuera pura ganancia —respondió con firmeza.
En la curva de sus labios la tibieza del palqui tierno, una sonrisa suya bastará para sanarme. Amén.
La quietud de la awicha puede ser el signo de aquellos que migran y se aferran desesperadamente a un territorio, los pies echan raíces que se engarzan bajo tierra para no volver a la incertidumbre.
Es que… ¿cómo no conmoverme ante alguien que lleva consigo todo un territorio?
La verdad es que, aunque agradecíamos estar allí en medio de la crisis, ellos no nos estaban haciendo ningún favor. Y esto me lo debía repetir a diario, porque más allá de mi discurso aprendido, tenía una sensación profunda e irracional de sentirme en deuda y me invadía cierta culpa por el lugar que ocupaba mientras todo se derrumbaba afuera.
Pero todo se enreda más, entre los tonos, palabras y conceptos bajo otros conceptos. Lo que dijiste o lo que quisiste decir. Lo que dijiste y cómo lo entonaste. Lo que simplemente no dijiste. Lo que dijiste y lo que la otra persona entendió.
El paisaje en el que vivimos se deshace, desaparece lo que alguna vez amamos. El mañana nos parece un discurso obsoleto, un privilegio de décadas pasadas. Ahora escuchamos con frecuencia: allí solía haber un río, allí nadaban toninas, allí bebíamos agua limpia.
Mi órgano ausente es un compás contra la premura.
Me he acostumbrado a adornar la tragedia con pequeñas bromas, tanto así que las cuestiones profundas tardan en salir de mi boca. Pero en esta isla, parece que parte de la tragedia también soy yo.
Menta, ruda y matico. Reparamos las tejas, el piso de madera, las viejas puertas. Malva, manzanilla y cedrón. Reparamos los abandonos, los silencios, los escombros. Tomillo, salvia y lavanda. Reparamos los dolores adheridos en la piel de estos feroces meses. Romero, paico y laurel. Colmamos la atmósfera con otros
Todo se transforma en sustrato marino, en polvo de corales que tragan los niños porfiados en verano. Tragamos muertos en vez de agua salada.
Presiono los párpados con fuerza, pero no me salen lágrimas. Soy un desierto.

