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Su cerebro le advierte que hay palabras que encubren el mundo. Hay palabras que son convenientes, higiénicas. Legales.
Quisiera anestesiarse y vivir sin sentir nada. Actuar de manera automática, mirar, respirar y nada más. Ver todo, saber y no decir. Pero los recuerdos están, siguen ahí.
Deja la curtiembre y siente alivio. Se pregunta una vez más por qué se expone a eso. Y la respuesta siempre es la misma. Sabe por qué hace este trabajo. Porque él es el mejor y le pagan como tal, porque no sabe hacer otra cosa y porque la salud de su padre lo requiere así. A veces, uno tiene que cargar con el peso del mundo.
“No entiendo por qué nos parece atractiva la sonrisa de una persona. Con la sonrisa uno está mostrando el esqueleto”.
“Hoy soy la carnicera, mañana puedo ser el ganado”.