Soy mejor enfrentando el sufrimiento propio que el de las personas que quiero, este me supera, me sofoca de impotencia, me desequilibra por no poder hacer nada, el dolor propio endurece el carácter, afina la condición y modela el temple o destruye al que se deje, pero la aflicción ajena cuando el ajeno es tan de uno me entiesa, me pasma, me agobia y me desnutre, nunca he sido capaz de ver sufrir a los míos sin sentir la incompetencia del que se muere de hambre por no tener boca, me invade una culpa sorda y molesta que me susurra más adentro del oído y del cerebro, imputándome que algo en su
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