A las mujeres en un barrio dominado por varones la vida les presentaba una dicotomía infame: o se guarecen de las miradas y envites de los hombres, quedándose encerradas en sus casas bajo la mirada avizora y cuidadosa de los padres, perdiéndose la juventud, o salen a la vía y se vuelven objetivo nutriente de las alimañas hambrientas que merodean las calles del barrio, a los que nunca nada les fue dado y aprendieron a tomar todo por las malas, sobre todo a las mujeres, por lo que se poblaban las esquinas del espectro de un ataque frente al cual las mujeres caminaban con desconfianza, hasta que
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