La casa de Tertuliano Máximo Afonso le abrió los brazos como otra madre, con la voz del aire murmuró, Ven, hijo mío, aquí me encuentras esperándote, yo soy tu castillo y tu baluarte, contra mí no vale ningún poder, porque soy tú mismo cuando estás ausente, e incluso destruida seré siempre el lugar que fue tuyo.

