Karl-Eduard von Schnitzler se convirtió en una institución de un solo miembro y en la cara más odiada del régimen. A finales de 1989, cuando los manifestantes gritaban «¡Nosotros somos el pueblo!» y «Elecciones libres», también gritaban «¡Schnitzler, pide perdón!» y «¡Schnitzler, teleñeco!».