—Casos matrimoniales —contesta, volviendo los ojos al sendero—. Esos no los cojo; cuando uno de los cónyuges sospecha de que el otro tiene una aventura y quieren que le sigan. —Saca y enciende un cigarro de un paquete blando de Stuyvesants y le da una buena calada—. Cuando todavía era un novato en la Stasi estaba casado, pero no éramos felices y me enamoré de una profesora de mi hijo. Tuvimos una aventura. Se lo confesé a mi mejor amigo y resultó que tenía lo que llamaríamos un sentido de la lealtad demasiado desarrollado: lo contó en el trabajo. Me confinaron en solitario durante tres días.
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