Sin embargo, nada de esto resultaba evidente en 1946. Por esa época, en cierto modo era posible, solo posible, que surgiese un estado socialista que hiciese honor a lo «democrático» de su nombre. Todos habían sufrido el infierno en la Tierra, así que, ¿por qué no iban a merecerse el cielo? Los sueños de las gentes estaban afilados por el sufrimiento, tallados en formas cortantes y definidas.