Mielke y Honecker se criaron luchando contra el demonio real del nazismo. Y continuaron luchando contra Occidente, al que consideraban el sucesor de aquel régimen, durante cuarenta y cinco años tras el fin de la guerra. Tenían que hacerlo, como estado satélite de la URRS y como bastión del Bloque del Este contra Occidente. Pero en Alemania Oriental lo hicieron más a conciencia y con un entusiasmo más pedante que los polacos, los húngaros, los checos y hasta que los propios rusos. Nunca quisieron detenerse.