Las sirenas saltaron, aullando. En las casetas de los centinelas occidentales encendieron los focos para buscarla y para evitar que los orientales le disparasen. Los guardias orientales se la llevaron de allí rápidamente. «Tú, basura», le dijo un joven. La llevaron al cuartel general de la Stasi en Berlín. La ataron de manos y piernas, solo entonces sintió por vez primera la sangre y el dolor; tenía sangre por la cara y por el pelo.