Así fue como Marco Tulio Cicerón consiguió alcanzar el supremo imperium del consulado de Roma a la edad de cuarenta y dos años, la mínima permitida. Y lo logró, sorprendentemente, con el voto unánime de las centurias y siendo un homine novo, sin familia, fortuna o fuerza militar que lo respaldase: una proeza desconocida hasta entonces y que no volvería a repetirse.