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¡Acabas de hablar como un auténtico filósofo al que nunca ha interesado la consecución del poder!
intento de determinar qué era lo que convertía a Craso en un personaje tan desconcertante, creo que era esto: su indiscriminada y distante simpatía, esa afabilidad que yo sabía que nunca flaquearía aunque hubiera decidido asesinarme.
He sido testigo con frecuencia de un curioso aspecto del poder: el hecho de que cuando uno se halla físicamente cerca de su fuente suele ser cuando menos informado está sobre lo que realmente sucede. Por ejemplo, he visto a senadores salir de la cámara y despachar a sus esclavos al mercado de verduras para que se enteraran de qué estaba pasando en la ciudad que se suponía que ellos debían gobernar;
El fracaso constituía el combustible que alimentaba su ambición.
«Es la perseverancia, no el genio, lo que lleva a los hombres a la cima», solía decirme. «Roma está llena de genios que nadie conoce. En este mundo, solo la perseverancia te permite seguir adelante.»
Si uno ambiciona el poder, llega un momento en que debe tomarlo. Este es mi momento.
Pero lo mejor de todo es que lo haré yo, Cicerón, y no deberé favores a nadie,
A veces manifestar una ambición así antes de hora constituye una torpeza; exponerla prematuramente a la burla y el desprecio puede destruirla antes de que haya nacido debidamente. Pero otras veces ocurre justamente lo contrario, y el simple acto de expresarla hace que de repente parezca posible, plausible incluso. Eso fue lo que ocurrió esa noche: cuando Cicerón pronunció la palabra «cónsul»,
Por caridad! —exclamó Cicerón tras echar un vistazo al calendario— ¿Acaso en esta condenada ciudad nadie hace nada aparte de ir a ver cómo se matan entre ellos los hombres y los animales?
los seres humanos se mueven como rebaños y, al igual que las ovejas, siempre corren hacia la seguridad que les proporciona el vencedor.
dudo que dedicara a la cuestión algo más que un instante. Cicerón no era un revolucionario. Nunca había deseado encabezar una multitud para derribar los cimientos del Estado,
—El problema de Lucio —comentó apoyando los pies encima de la mesa cuando su primo se hubo marchado— es que cree que la política consiste en luchar por la justicia. La política es una profesión.
si algunos constructores o un comerciante necesitaban cierto permiso o licencia, si deseaban conectar sus instalaciones a la red de suministro de agua, o si les preocupaba el estado de algún templo de su zona, tarde o temprano sus problemas llegaban a los oídos de los hermanos Cicerón. Fue esta minuciosa atención a los detalles tanto como su magnífica retórica, lo que hizo de Cicerón un formidable político.
El peor error de cualquier estadista —le dijo muy serio— consiste en permitir que sus compatriotas sospechen que pone los intereses de los extranjeros por encima de los de su propio pueblo.
«Lo que convence es la convicción —solía decir—. Sencillamente, tienes que creer de verdad en el argumento que planteas, de lo contrario estás perdido. No hay razonamiento ni argumentación, por muy lógica o brillante que sea, capaz de hacerte ganar un caso si quienes te escuchan creen que te falta convicción.»
Dejad que el mundo vea que tenéis más confianza en vuestros compatriotas que en los extranjeros, que os preocupa más el bienestar de vuestros conciudadanos que los caprichos de nuestros enemigos,
sin duda fue un tributo al afecto que Lucio había despertado también en aquel noble corazón el hecho de que esa fuera la primera de los cientos de cartas de Cicerón que Ático decidió conservar.
por mi parte no tengo intención de abandonar este mundo dejando sin aprovechar un gramo de mi talento ni la mínima energía de mis piernas.
Aburrida la política? ¡La política es la historia viva! ¿Qué otra esfera de la actividad humana saca lo más noble que hay en el alma de los hombres y al mismo tiempo lo más bajo? ¿Qué otra procura tantas emociones o expone con mayor viveza nuestra fuerza y debilidad? ¿Aburrida?
—Me da la impresión, Cicerón, de que no deberías estar aquí —bufó Gabinio, un tipo apuesto, con aires de dandi, que se peinaba el espeso cabello hacia atrás, como su jefe—. Para poder alcanzar nuestro objetivo necesitamos corazones audaces y fuertes puños, no los sofismas de astutos abogados.
así es la naturaleza del hombre. Le haces un comentario, y al cabo de un rato te dice lo mismo como si se le hubiera ocurrido a él.
Antes de lanzarse al ruedo, esperó a que todo el mundo hubiera dicho la suya y la discusión se hubiera agotado.
¿Acaso el sueño de cualquier hombre ambicioso no es que, en lugar de agacharse entre el polvo para hacerse con el poder, la gente acuda de rodillas a entregárselo, rogándole que lo acepte como regalo?
Confiemos en que la solución se presente por sí sola. Suele suceder.
a veces es necesario iniciar una pelea para averiguar cómo hay que ganarla.
«Amor» no era la palabra, ni siquiera en el sentido que le atribuyen los poetas; entre ellos había algún tipo de lazo más extraño y más fuerte.
Cicerón descubrió que le gustaba escribir para otros; le divertía pensar en las cosas que el gran hombre habría podido decir de haber tenido cabeza suficiente para hacerlo.
comprendí un aspecto importante de los hombres de negocios inteligentes: su constante codicia no es lo que los hace ricos, sino el saber mostrarse inesperada e incluso desmedidamente generosos cuando es necesario.
La única gloria duradera se halla en la literatura y en el campo de batalla,
de acuerdo con su filosofía, no había nada que no pudiera hacerse o deshacerse mediante la palabra. De este modo la Lex Gabinia fue aprobada con el voto unánime de todas las tribus, una medida que iba a tener enormes consecuencias para todos los personalmente implicados, para Roma y también para el mundo entero.
Tal vez esa fue una de las cosas que mató a la República: acabó ahogada en votos.
«Todas las cosas están llenas de engaño, trampa y traición. No olvides nunca el dicho de Epicarmo de que la esencia de la sabiduría radica en “No confiar nunca precipitadamente”.
—Los hombres peligrosos siempre atraen a la gente. De todos modos, no es eso lo que me preocupa. Si solo lo secundaran las masas de la calle no representaría una amenaza tan grave. Lo peor es que cuenta con un amplio apoyo entre los aristócratas;
Has hecho imposible que pueda convencerme de que estoy actuando honorablemente. Y si yo no estoy convencido, es imposible que convenza a nadie más, ni a mi esposa, ni a mi hermano, y menos aun a mi hijo cuando tenga edad de razonar.
—Preferiría no tener la enemistad de nadie; pero, si no hay más remedio, la soportaré.
Debo contaros algunas cosas acerca de Ático, cuya importancia en la vida de Cicerón, aquí apenas esbozada, iba a adquirir verdadera dimensión.
las enseñanzas de Epicuro, que establecen que «El placer es el principio y el fin de una vida feliz», pero me apresuro a añadir que era un epicúreo no en el sentido erróneo que normalmente se le da a esa palabra, como la persona que solo busca el placer, sino en su verdadero significado: aquel que pretende alcanzar lo que los griegos llaman «ataraxia», liberarse de toda perturbación.
Ático decía que, si bien no estaba dispuesto a prestar un solo libro a ninguna de sus amistades, no tenía inconveniente en que fueran a su casa a leer los que quisieran e incluso a copiarlos.
La capacidad de prestar oídos a pelmazos requiere fortaleza de ánimo, y esa fortaleza es la base de la política. Es de los pelmazos de donde sacas lo que hay que saber.
—Tened cuidado siempre con el hombre que asegura que no persigue el cargo —solía advertir Cicerón—; ese es el más vanidoso de todos.
Nada resulta más dañino para la autoridad y dignidad de un político que ser objeto de mofa, y si eso ocurre es de vital importancia que este actúe como si no le diera importancia.
Cuando volví a ver a Cicerón, una hora más tarde, hacía gala una vez más de su extraordinaria capacidad de recuperación, que no me cabe duda es el sello de todo político de éxito.
Es fácil conocer a un tonto, es ese que te dice que sabe quién va a ganar las elecciones. Unas elecciones son una especie de cuerpo vivo —casi podría decirse que son lo más vigorosamente vivo que hay—, dotado de miles y miles de cerebros, ojos, extremidades y deseos; algo que se agita, vibra y se mueve en direcciones que nadie ha previsto, a veces solo por el placer de demostrar a los presuntos expertos que se equivocan.
Gritamos de alegría hasta que nos dolió la garganta. Sin embargo, Cicerón parecía muy preocupado para tratarse de un hombre que acababa de cumplir la ambición de su vida. Aquello hizo que me sentiera incómodo. En esos momentos mostraba permanentemente lo que más adelante yo llegaría a denominar su «aire consular»:
Así fue como Marco Tulio Cicerón consiguió alcanzar el supremo imperium del consulado de Roma a la edad de cuarenta y dos años, la mínima permitida. Y lo logró, sorprendentemente, con el voto unánime de las centurias y siendo un homine novo, sin familia, fortuna o fuerza militar que lo respaldase: una proeza desconocida hasta entonces y que no volvería a repetirse.
El arte de la vida consiste en saber enfrentarnos a los problemas a medida que surgen en lugar de amargarnos la existencia preocupándonos antes de que aparezcan.
Que Tiro escribió sobre la vida de Cicerón ha sido probado por Plutarco y Asconio, pero su obra desapareció en el colapso general del Imperio romano. Estoy fundamentalmente en deuda con los veintinueve volúmenes de los discursos y cartas de Cicerón recogidos en la Loeb Classical Library y publicados por Harvard University Press. Otra ayuda inestimable ha sido el libro The Magistrates of the Roman Republic, Volume II, 99 B. C-31 B. C, escrito por T. Robert S. Broughton y publicado por la American Philological Association. También me gustaría saludar a Sir William Smith (1813-1893), que editó el
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