Cuando se trataba de asuntos públicos, se olvidaba de la prudencia personal. El mundo decidió, como suele suceder en tales casos, castigar su falta de egoísmo: hasta el día de hoy, su fama es menor de lo que habría sido si hubiera obrado menos generosamente. Se necesita ser algo mundano, incluso para asegurar las alabanzas por no serlo.