los economistas les gustan los incentivos —escriben Levitt y Dubner—. Les encanta idearlos y aplicarlos, estudiarlos y jugar con ellos. El economista cree que el mundo aún no ha inventado un problema que no pueda solucionarlo si se le da libertad para diseñar el sistema adecuado de incentivos. Su solución puede que no siempre sea buena, puede que implique coacción o penalizaciones exorbitantes, o una vulneración de las libertades civiles, pero tendrá la seguridad de que hallará una solución al problema original. Un incentivo es un proyectil, una palanca, una llave: un objeto a menudo minúsculo
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