Y, claro, también me gustaban por su belleza, las hermanas, y muchas veces tenía que cuidarme de no mirarlas con deseo ni acariciarlas, tal vez accidentalmente, como si fueran Sara. Dos viven todavía, viudas las dos, las dos en Cali, y están tan bonitas como siempre. De vez en cuando las llamo y siento nostalgia, pues me parece oír la voz de Sara.

