En el mundo de un guionista no debería moverse una mosca sin que él lo supiera. Para cuando se termina el último borrador, el escritor debe poseer un conocimiento absoluto de su ambientación con tal profundidad y detalle que nadie pueda plantear ninguna pregunta sobre ese mundo (desde los hábitos alimenticios de los personajes hasta el clima que hace en septiembre) que él no pueda responder al instante.