Posicionar al público no es algo nuevo. Shakespeare no tituló su obra Hamlet; la llamó La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca. A sus comedias daba títulos tales como Mucho ruido y pocas nueces o Bien está lo que bien acaba de tal forma que cada tarde, en el Teatro Globe, todo su público isabelino se encontraba psicológicamente preparado para llorar o reír.