Por esto, es propio del hombre dotado de razón no afligirse ante la muerte, ni apartarla rudamente, ni tratarla con altivez, sino esperarla como uno de los otros efectos naturales. Y a la manera que ahora aguardas el día en que el niño salga del seno de tu mujer, así se debe esperar la hora en que tu alma se escapará de la envoltura de su cuerpo.