Conviene, pues, que nos traslademos hacia donde llegaron tantos elocuentes oradores, tantos graves filósofos: un Heráclito, un Pitágoras, un Sócrates, tantos héroes primero, tantos generales y tiranos después. Añade a éstos un Eudoxo, un Hiparco, un Arquímedes, otros ingenios agudos, nobles espíritus, activos, industriosos, encarnizados motejadores de esta vida humana, caduca y efímera, como Menipo y otros semejantes. Acerca de éstos, considera que murieron hace tiempo. ¿Y qué hay ahí, para ellos, de extraordinario? ¿Y qué, para aquellos de quienes ni siquiera queda el nombre? En fin, de una
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