Además, que el dios que mora en ti, sea guía de un varón grave, respetable, consagrado al estado, que sea un romano y un príncipe, capaz de perfeccionarse a sí mismo, como sería el hombre que aguardara la señal de retirada de la vida, expedito para obedecer, sin necesidad de juramento o de testigo alguno. A más de esto, mantiene un semblante placentero, desembarazado de todo ministerio externo y de toda tranquilidad procurada por los otros. Conviene, pues, mantenerse recto sobre sí, sin necesidad de ser enderezado.