Pero en la moralización humana queda aún mucho de lo que hay que recelar: la confusión de la moral con el estatus y la pureza, la tentación de moralizar en exceso cuestiones que corresponden al juicio y, con ello, avalar la agresión contra aquellos de quienes disentimos, los tabúes de pensar en contrapartidas inevitables y el vicio omnipresente del autoengaño, que siempre consigue ponerse del lado de los ángeles. Hitler era un moralista (desde luego, un vegetariano moral) que, según muchas versiones, estaba convencido de la rectitud de su causa.