El felino Hobbes, como su tocayo humano, ha demostrado por qué la postura amoral del egoísta es indefendible. Sale ganando mientras nadie le tire al fango, pero no puede exigir que los demás repriman su deseo de tirarle al fango si él no está dispuesto a renunciar a tirarles a ellos. Y dado que a uno le interesa más no tirar y que no le tiren que tirar y que le tiren, merece la pena insistir en un código moral, aunque el precio sea que uno deba respetarlo.