¿Pero cómo pueden existir a la vez la explicación, con su exigencia de una causalidad correcta, y la responsabilidad, con su exigencia del libre albedrío? Para disponer de ambas no necesitamos resolver la antigua y quizás irresoluble antinomia entre libre albedrío y determinismo. Basta con que pensemos con claridad qué queremos conseguir con la idea de responsabilidad. Cualquiera que pueda ser su valor abstracto inherente, la responsabilidad tiene una función eminentemente práctica: disuadir de la conducta perniciosa. Cuando decimos que responsabilizamos a alguien de un acto improcedente,
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