En la estación seca, el día, sobre todo alrededor de las doce, se convierte en un infierno imposible de soportar. Literalmente nos asamos al fuego. Es verdad que todo arde a nuestro alrededor. Incluso la sombra quema y el viento abrasa. Como si a nuestro lado pasase un meteorito cósmico incandescente y, con su radiación térmica, fuese convirtiéndolo todo en ceniza.

