¡Oh, qué verrgüenza! ¿Dónde puedo esconderr la cara? Oh, qué deben de pensarr ustedes de mí… Sacharissa aplaudió con entusiasmo desesperado. —¡No, no! ¡Estamos todos muy impresionados! ¿Verdad que lo estamos, todos? —A espaldas de Otto, dirigió un gesto muy enfático con la mano a los enanos. Hubo otro coro desigual de asentimiento. —Es que ya llevo más de trres meses aguantando el «murrciélago» —murmuró Otto—. Qué lamentable es derrumbarrse ahorra y… —Pero si la carne cruda no es nada —dijo Sacharissa—. Está permitida, ¿verdad? —Sí, perro porr un momento casi…

