Ha quedado bien —dijo una voz desde detrás de la caja—. La luz tenía un reflejo tan bonito en el casco del enano que no me he podido resistir. ¿Querrían ustedes un iconogrrafista? Me llamo Otto Alarrido. —Oh. ¿Sí? —dijo Sacharissa—. ¿Y es usted bueno?

