Al infierno con esto, pensó el señor Alfiler. Sacó su ballesta de pistola con un solo movimiento experimentado y la sostuvo a dos centímetros de la cara del hombre lobo. —Esto tiene la punta de plata —dijo. Le asombró la rapidez de los movimientos. De pronto tenía una mano contra el cuello y cinco puntas afiladas le presionaban la piel. —Estas no —dijo el hombre lobo—. Vamos a ver quién aprieta primero, ¿eh? —Ya, claro —dijo el señor Tulipán, que también tenía algo en la mano.

