En el sótano, Otto Alarido cogió la iconografía de luz oscura y volvió a mirarla. Luego la rascó con un dedo largo y pálido, como si intentara eliminar algo. —Qué extrraño… —dijo. El diablillo no lo había imaginado, eso era seguro. Los diablillos no tenían imaginación ninguna. No sabían mentir. Examinó el sótano vacío con cara de recelo. —¿Hay alguien ahí? —preguntó—. ¿Hay alguien jodiendo la marrana porr aquí? Por fortuna, no hubo respuesta. La luz oscura. Oh, cielos. Había muchas teorías acerca de la luz oscura…

