¡Hasta la última maldita palabra! ¿Me oyes? ¡Y ni siquiera el señor Slant va a poder sacarte de esa con sus tretas! ¡Hasta has tenido la arrogancia, la estúpida arrogancia de usar nuestra casa! ¡Cómo te atreves! ¡Largo de esta ciudad! ¡Y o desenvainas esa espada o… le quitas… la mano… de encima! Se detuvo, ruborizado y jadeando. —La verdad tiene las botas puestas —dijo—. Y va a empezar a repartir patadas. —Frunció los ojos—. ¡Te he dicho que quites la mano de esa espada!

