Como padre tuyo que soy, te ordeno que ceses esta… esta… —Antes solías ordenarme que dijera la verdad —dijo William. Lord De Worde irguió la espalda. —¡Oh, William, William! No seas tan ingenuo. William cerró el cuaderno. Ahora las palabras le venían con fluidez. Había saltado del edificio y había descubierto que podía volar. —¿Y cuál es esta? —dijo—. ¿La verdad que es tan valiosa que hay que rodearla de una guardia personal de mentiras? ¿La verdad que es más extraña que la ficción?

