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«Cuando lleguemos a ese río ya hablaremos de ese puente». De manera que ya me preocuparía más adelante de mí mismo y de mi futuro.
Amelia sintió una punzada de dolor. Sí, había amado a Pierre, y le había amado tanto que sabía que ya nunca más podría querer de igual modo a ningún otro hombre, aunque Pierre había destrozado su inocencia, había pisoteado el amor que le profesaba y le había dejado una cicatriz tan profunda en su corazón que le dolería el resto de su vida.
No parecía española, tan rubia y tan frágil y tan delgada, convencido como estaba de que todas las españolas eran morenas de carnes rotundas.
Henke se preguntaba si aquella mujer volvería a recuperar algún día parte de aquella sutil belleza ante cuya presencia era imposible permanecer indiferente.

