Miraba a Bernard con expresión de arrobo, pero de un arrobo en que no hubiese vestigios de inquietud o excitación —pues estar excitado es estar insatisfecho. Era el suyo el éxtasis tranquilo de la perfección lograda, de la paz, no sólo de la vacuna y mera saciedad de la nada, sino de la vida ponderada, de las energías en reposo o en equilibrio. Una paz rica y viviente.