Ante todos estos que, a causa del Salvaje, le hacían ahora tanto acatamiento, alardeaba Bernard de una vituperable heterodoxia. Le oían cortésmente. Pero a sus espaldas, la gente meneaba la cabeza. “Este chico acabará mal”, decían, profetizando con la mayor seguridad, pues pensaban colaborar personalmente en el momento oportuno para que acabara mal. “No encontrará otro salvaje que lo saque a flote la segunda vez”,