Un mundo feliz / Retorno a un mundo feliz
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Read between January 25 - February 14, 2021
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En la retorta se preparan hormigueros de niños en agemeladas parejas, pesadilla de infinitos sosias, que es la pesadilla producida por la estereotipada sonrisa, por la gracia fabricada por la charm school, hasta la producción de la consciencia estandarizada de innumerables hombres por la comunication industry, fenómenos que irrumpen en la existencia cotidiana
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los hombres no son sólo meros compradores de los productos en serie producidos por los grandes trusts, sino que parecen incluso producidos por la omnipotencia de éstos, perdiendo su propia individuación.
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los hombres se someten a amar lo que tienen que hacer, sin saber siquiera que eso es someterse.
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pues son los pormenores, como todo el mundo sabe, los que dan lugar a la virtud y a la felicidad, mientras que las generalidades son, intelectualmente consideradas, males necesarios. No son los filósofos sino los que se dan a la marquetería y los coleccionistas de sellos, quienes constituyen la espina dorsal de la sociedad.
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el secreto de la felicidad y la virtud: amar lo que hay obligación de hacer. Tal es el fin de todo el acondicionamiento: hacer que cada uno ame el destino social, del que no podrá librarse.
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Pero el acondicionamiento sin palabras es grosero y rudo; no puede hacer captar las distinciones más finas, no puede inculcar las normas de conducta más complejas. Para eso son necesarias las palabras, pero palabras sin razón. Hipnopedia, en suma.
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—Hasta que por fin la mente del niño sea esas sugestiones, y la suma de esas sugestiones sea la mente del niño. Pero no solamente la mente del niño, sino también la del adulto, y para toda su vida.
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No es de extrañar que esos pobres premodernos estuviesen locos y fueran malos y desgraciados. Su mundo no les permitía llevar fácilmente las cosas; no les permitía ser sanos de espíritu, buenos, felices. Con sus madres y sus amantes, con prohibiciones para las que no estaban previamente condicionados, con sus tentaciones y sus solitarios remordimientos, con todas sus enfermedades y su inacabable y aislante dolor, con su incertidumbre y su pobreza, por fuerza habían de sentir mucho las cosas.
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—Estabilidad —dijo el Inspector—, estabilidad. No hay civilización sin estabilidad social. No hay estabilidad social sin estabilidad individual.
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—El impulso contenido se desborda en una ola de sentimiento, de pasión, incluso de locura; todo depende de la fuerza de la corriente, de la altura y resistencia de la presa. El arroyo sin obstáculos se desliza continuamente por los canales que le han sido dispuestos hacia un tranquilo bienestar.
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—La enseñanza durante el sueño estaba entonces prohibida en Inglaterra. Había una cosa que se llamaba liberalismo. El Parlamento, no sé si saben lo que era esto, votó una ley prohibiéndolo. Quedan pruebas de ello. Los discursos sobre la libertad del individuo. La libertad de no ser para nada y ser desgraciado. La libertad de ser como clavija redonda en agujero cuadrado.
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Había entonces algo llamado democracia. ¡Como si los hombres fuesen iguales en algo más que fisicoquímicamente!
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—Se emprendió al propio tiempo una campaña contra el Pasado: cierre de museos, destrucción de monumentos históricos (afortunadamente la mayoría de ellos habían sido destruidos durante la guerra de los Nueve Años); la supresión de todos los libros publicados antes del año 150 de la era fordiana.
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—Había una cosa, como ya dije, llamada Cristianismo… “Vale más desechar que tener que remendar.” —La ética y la filosofía del subconsumo… “¡Cómo me gustan los trajes nuevos!; ¡cómo me gustan los trajes nuevos!; ¡cómo me gustan…!” —De la mayor importancia en la época de la subproducción; pero en la era del maquinismo y de la fijación del ázoe, un verdadero crimen contra la sociedad.
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—Estoy de sobra satisfecha de no ser una Épsilon —dijo con convicción Lenina. —Y si fueses una Épsilon —dijo Henry—, tu acondicionamiento te hubiese hecho estar no menos satisfecha de no ser una Beta o una Alfa.
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En resumidas cuentas —terminó—, una cosa es cierta: sea quien sea, fue feliz mientras vivió. Todo el mundo es feliz ahora.
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Miraba a Bernard con expresión de arrobo, pero de un arrobo en que no hubiese vestigios de inquietud o excitación —pues estar excitado es estar insatisfecho. Era el suyo el éxtasis tranquilo de la perfección lograda, de la paz, no sólo de la vacuna y mera saciedad de la nada, sino de la vida ponderada, de las energías en reposo o en equilibrio. Una paz rica y viviente.
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—Sí, ya lo sé —dijo Bernard sarcásticamente—. “¡Hasta los Epsilones son útiles!” También yo lo soy. Pero te juro que daría algo por no servir para nada. Lenina se escandalizó de tal blasfemia. —¡Bernard! —protestó con voz triste y llena de pasmo—. ¿Cómo puedes hablar así? Cambiando de tono, Bernard repitió pensativo: —¿Que cómo puedo? No, el verdadero problema es: ¿por qué no puedo?, o, mejor —pues a fin de cuentas sé muy bien por qué no puedo—, ¿qué es lo que experimentaría si pudiese, si fuera libre, si yo no estuviese esclavizado por mi acondicionamiento? —¡Qué cosas más horribles estás ...more
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—No entiendo lo que dices. Ya soy libre. Libre de gozar de este tiempo, el mejor de los tiempos. “Todos somos felices ahora.” Bernard se echó a reír. —Sí. “Todos somos felices ahora”, comenzamos a decirles a los niños a los cinco años. Pero ¿tú no querrías ser libre, ser feliz de otro modo, Lenina? De un modo personal; no como todos los demás…
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—No comprendo nada —dijo resuelta, decidida a conservar intacta su incomprensión—.
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Quería a Bernard; le agradecía ser el único hombre entre sus conocidos con quien se podía hablar de los temas que él creía importantes. Había, sin embargo, en Bernard cosas que le cargaban. La jactancia, por ejemplo. Y las explosiones de propia conmiseración con que alternaba. Y esa deplorable costumbre que tenía de ser valiente a posteriori, lleno —pasado el lance— de la más extraordinaria presencia de espíritu. Detestaba todo eso, precisamente porque quería a Bernard. Pasaba el tiempo. Helmholtz seguía mirando
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no sé cómo pudo ocurrir, pues hice siempre todos los ejercicios malthusianos que ya saben ustedes, por tiempos: uno, dos, tres, cuatro; lo juro; pero con todo, sucedió, y aquí no había en ningún sitio un Centro de Abortamiento. Entre paréntesis, ¿sigue aún en Chelsea el que había? —preguntó. Lenina hizo con la cabeza un signo afirmativo—. ¿Continúa iluminándose con reflectores los martes y los viernes? —Lenina afirmó de nuevo—. ¡Qué encantadora torre de cristal rosa!
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Cuanto más grande es el talento de un hombre, mayor es su poder para extraviar a los otros. Preferible es que sufra uno a que muchos sean corrompidos. Considere el asunto desapasionadamente, Mr. Foster, y verá que no hay crimen tan nefando como la heterodoxia en la conducta.
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La heterodoxia amenaza algo muy diferente que la vida de un mero individuo: ataca a la Sociedad misma. Sí, a la Sociedad misma —repitió—.
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Pasaron los días. El triunfo se le subió a Bernard a la cabeza, y le fue reconciliando por completo (como cualquier buen intoxicante hace) con un mundo al que hasta entonces había encontrado muy poco satisfactorio. En cuanto reconocía su importancia, el orden de las cosas se le antojaba bueno. Pero, aunque reconciliado por el triunfo, rehusó con todo renunciar al privilegio de criticar este orden. Pues el criticar realzaba, a su entender, su propia importancia y le hacía sentirse más grande.
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Ante todos estos que, a causa del Salvaje, le hacían ahora tanto acatamiento, alardeaba Bernard de una vituperable heterodoxia. Le oían cortésmente. Pero a sus espaldas, la gente meneaba la cabeza. “Este chico acabará mal”, decían, profetizando con la mayor seguridad, pues pensaban colaborar personalmente en el momento oportuno para que acabara mal. “No encontrará otro salvaje que lo saque a flote la segunda vez”,
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—Creo que no se deberían ver estas cosas —dijo, apresurándose a transferir de Lenina a las circunstancias que les rodeaban el posible vituperio por cualquier imperfección presente o futura. —¿Qué cosas, John? —Esa horrible película. —¿Horrible? —Lenina estaba sinceramente atónita—. ¡Pero si era muy agradable! —Era abyecta —dijo él con indignación—, innoble… Movió ella la cabeza. —No sé lo que quieres decir… —¿Por qué era tan extraño? ¿Por qué se complacía en amargarlo todo?
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Son esta clase de ideas las que más fácilmente pueden desacondicionar las mentes menos sólidamente encuadradas de las castas superiores, haciéndolas perder su fe en la felicidad como Soberano Bien, y hacerlas creer, en su lugar, que la meta está en cualquier parte más allá, en cualquier parte fuera de la presente esfera humana; que el fin de la vida no es el mantenimiento del bienestar, sino una intensificación, un refinamiento de la conciencia, un aumento del saber. Lo que —reflexionaba el Administrador— es posiblemente verdad. Pero no admisible en las presentes circunstancias.” Volvió a ...more
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El mundo es estable ahora. Las gentes son felices; tienen cuanto desean, y no desean nunca lo que no pueden tener. Están a gusto; están seguras; nunca están enfermas; no tienen miedo a la muerte; viven en una bendita ignorancia de la pasión y la vejez ¡No están cargados de padres ni madres; no tienen esposas, ni amantes que les causen emociones violentas; están acondicionados de tal suerte que, prácticamente, no pueden dejar de comportarse como deben de producirse.
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La actual felicidad siempre parece muy menguada en comparación con las compensaciones que brinda la miseria. Y, además, la estabilidad no es ni con mucho tan espectacular como la inestabilidad. Y el estar satisfecho no tiene el encanto de una denodada lucha contra la desgracia, ni el pintoresquismo de una pugna contra la tentación, o de una fatal derrota a manos de la pasión o de la duda. La felicidad nunca es grandiosa.
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Una sociedad de Alfas no podría evitar el ser inestable y desgraciada. Imagine una fábrica donde todos fuesen Alfas, es decir, individuos diferenciados y sin parentesco, de buena herencia y acondicionados para ser capaces (con ciertas limitaciones) de escoger libremente y asumir responsabilidades. ¡Imagínela! —repitió. El Salvaje trató de imaginársela, pero no con muy buen éxito. —Es absurdo. Un hombre decantado para Alfa, acondicionado para Alfa, se volvería loco si tuviese que hacer el trabajo de un Épsilon semienano, se volvería loco o se pondría a destruirlo todo. Los Alfas pueden ser ...more
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—La población óptima —dijo Mustafá Mond—, es como el iceberg: ocho novenos bajo el agua y uno encima. —¿Y son felices bajo el agua? —Más felices que encima. Más felices que sus amigos, por ejemplo —y los señaló con el índice. —¿A pesar de su odioso trabajo? —¿Odioso? No lo creen así ellos. Al contrario, les gusta. Es leve y de una simplicidad infantil. No agota la mente ni los músculos. Siete horas y media de un trabajo leve y muy llevadero, y luego la ración de soma, y deportes y copulación sin trabas y el Cine Sensible. ¿Qué más pueden pedir?
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La Oficina de Inventos rebosa de planos de procedimientos para economizar trabajo: a millares… —Mustafá Mond hizo un amplio ademán—. Y ¿por qué no lo realizamos? Por el bien de los trabajadores; sería pura crueldad afligirles con un ocio excesivo.
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Además, hemos de pensar en nuestra estabilidad. No queremos cambiar. Cada cambio es una amenaza a la estabilidad. Ésta es otra razón por la que estamos tan poco inclinados a aplicar invenciones nuevas. Cada descubrimiento de ciencia pura es potencialmente subversivo; hasta la ciencia ha de ser tratada como un posible enemigo. Sí, hasta la ciencia.
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—Sí —proseguía Mustafá Mond—, ése es otro cargo en el costo de la estabilidad. No es solamente el arte lo incompatible con la dicha, sino también la ciencia. La ciencia es peligrosa; hemos de tenerla cuidadosamente encadenada y amordazada.
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Yo era un físico bastante bueno en mi tiempo. Bastante bueno, lo bastante bueno para comprender que toda nuestra ciencia es ni más ni menos que un libro de cocina, con una ortodoxa teoría del cocinado, que nadie tiene el derecho de poner en duda, y una lista de recetas a las que nada se puede añadir, salvo con especial permiso del Cocinero Mayor. Yo soy ahora el Cocinero Mayor. Pero fui también un galopín curiosillo. Me dio también por cocinar un poco a mi manera. Cocinar heterodoxo, cocinar ilícito. Un poco de verdadera ciencia en suma.
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me da por añorar la ciencia. La felicidad es un dueño tiránico, sobre todo la felicidad de los demás. Un dueño mucho más tiránico, si no se está acondicionado para aceptar incuestionablemente nada, salvo la verdad.
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cambio. La felicidad universal conserva los engranajes funcionando con regularidad; la verdad y la belleza, no.
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Dios no es compatible con las máquinas y la medicina científica y la felicidad universal. Hay que escoger. Nuestra civilización ha escogido las máquinas y la medicina y la felicidad. Por eso tengo que guardar estos libros encerrados en la caja de caudales. Son pura inmundicia. La gente se escandalizaría si… El Salvaje lo interrumpió: —¿Pero no es natural sentir que hay Dios? —Lo mismo podría usted preguntar si es natural cerrar pantalones con cremallera —dijo el Inspector sarcásticamente—. Me recuerda a otro de los antiguos, llamado Bradley. Definía la filosofía como la invención de una mala ...more
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—Si se permitieran pensar en Dios, no se dejarían degradar por agradables vicios. Tendrían una razón para llevar las cosas con paciencia y para ejecutarlas con valor. Yo lo he visto en los indios. —Estoy seguro de ello —dijo Mustafá Mond—. Pero nosotros no somos indios. Un hombre civilizado no tiene ninguna necesidad de soportar nada que sea realmente desagradable. Y en cuanto a hacer las cosas, ¡Ford lo libre de que tal idea le pase por la cabeza! Se trastornaría todo el orden social si los hombres se pusieran a hacer cosas por su cuenta y riesgo.
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—¡Había una razón para la castidad! —dijo el Salvaje, enrojeciendo un poco al pronunciar estas palabras. —Pero castidad significa pasión, castidad significa neurastenia. Y pasión y neurastenia significan inestabilidad. E inestabilidad significa el fin de la civilización. No puede haber una civilización duradera sin abundancia de agradables vicios.
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Donde hay guerras, donde hay juramentos de fidelidad, donde hay tentaciones que resistir, donde hay objetos de amor por lo cuales luchar, o defender, allí, naturalmente, nobleza y heroísmo tienen una explicación. Pero hoy ya no hay guerras. Se tiene el mayor cuidado de preservarse de amar a nadie demasiado. No hay juramentos de fidelidad; está uno acondicionado de tal suerte que no puede dejar de hacer lo que tiene que hacer. Y lo que tiene que hacer es, en conjunto, tan agradable, tantos impulsos naturales se dejan manifestar libremente, que no hay en realidad tentaciones que resistir. Y si, ...more
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Asintió el Salvaje frunciendo las cejas. —Se han librado, cierto. Lo de siempre. Se libran de todo lo desagradable en vez de aprender a soportarlo. Pero es más noble sufrir en el alma / los golpes y saetas de la suerte, / o tomando las armas contra un piélago / de desgracias, triunfar de ellas al fin…[4] Pero ustedes no hacen ni lo uno ni lo otro. Ni sufren ni luchan. Se contentan con abolir en redondo tiros y saetas. Demasiado fácil.
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—Pero es que me gustan los inconvenientes. —Pues a nosotros, no —dijo el Inspector—. Preferimos hacer las cosas cómodamente. —Pero yo no quiero la comodidad. Yo quiero a Dios, quiero la poesía, quiero el verdadero riesgo, quiero la libertad, quiero la bondad. Quiero el pecado. —En resumen —dijo Mustafá Mond—: usted reclama el derecho a ser desgraciado.