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No importa lo que puedan pensar los demás, la vida es corta y no estamos aquí para desperdiciarla. Tal vez me vuelva a equivocar. Tal vez estoy confundiendo sentimientos y corriendo deprisa. Pero en eso consiste todo, ¿no? En dejarse llevar y vivir.
Enfrentarte a lo que te da miedo, mirarlo directamente y afrontarlo siguiendo los impulsos innatos que te dicta el corazón. Una lección de vida que deberíamos traer instalada de fábrica y que muchos aprendemos de la peor manera. Todo es efímero. Nada es eterno. No hemos llegado para quedarnos y, precisamente por eso, no vale la pena hundirse y quedarse atrás en el camino, reviviendo lo que nos ha hecho daño. Seguir adelante es la única opción que debemos plantearnos. Ser fuertes y no volver la vista atrás. Bueno, sí. De vez en cuando hay que hacerlo, porque sólo así podemos comprobar cuánto
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La constancia, la fuerza y, sobre todo, las ganas de ser felices son la clave para sobrevivir y demostrarnos a nosotros mismos y al mundo que es posible estar mejor.
Pensar en el futuro es absurdo cuando ni siquiera disfrutamos del presente.
La vida hay que vivirla, eso dicen. Y muchos se olvidan precisamente de eso, de vivirla.
No hace falta decir “te quiero” para que la otra persona sepa que lo sientes.
Pero, ¿quién le dice al corazón que no sienta lo que quiere sentir?
Pero no podemos culparnos de las cosas que se escapan a nuestro control. Si no hiciéramos cosas por miedo a lo que pueda pasar, nunca haríamos nada.
Como dije, cada uno se forja su propio destino y nada es casualidad. No existen las coincidencias, siempre hay algo que las provoca aunque en un primer momento no nos demos cuenta. Y es ahí donde tenemos que centrar nuestros esfuerzos, en vivir hoy acorde con lo que queremos ser mañana.

