Kattia

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Cicerón, desesperado, comenzó a escribir su libro De Legibus (De las leyes). Ático admiraba su obra intelectual. –Pero ¿quién lo leerá? –preguntó–. A los romanos les tienen ya sin cuidado las leyes. Sus panzas están demasiado llenas. Sin embargo, lo publicó. –Se lo debo a la posteridad –comentó, y Cicerón le respondió sonriendo tristemente: –La posteridad nunca aprende las lecciones del pasado.
La columna de hierro
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