Poco después Cicerón recibió una carta de Jerusalén, escrita con trazo firme. Era de Leah, la esposa de Noë, que le anunciaba tristemente la muerte de su esposo. «Se acordó de ti hasta el último momento –escribía–, y me pidió que te repitiera las palabras de Isaías: “No temas, porque estoy contigo. No desmayes, porque soy tu Dios. Cuando cruces las aguas estaré contigo y los ríos no se desbordarán a tu paso. Cuando atravieses fuego no te quemarás ni las llamas se inflamarán sobre ti. Por que Yo, el Señor,

