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Cuando los miraba, el odio y el asco de sí mismo le subían en una amarga oleada a la garganta, cubriendo incluso el gusto de la cerveza, los cigarrillos y los martinis… «los marcianos», como los llamaba Al. En tales ocasiones sus pensamientos se volvían hacia el revólver, la soga o la navaja de afeitar.
El resplandor (El resplandor, #1)
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