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La soledad en sí misma puede ser peligrosa.
En vez de entrar en el bar, donde oscuras sombras inmóviles saboreaban las aguas del olvido,
Cuando los miraba, el odio y el asco de sí mismo le subían en una amarga oleada a la garganta, cubriendo incluso el gusto de la cerveza, los cigarrillos y los martinis… «los marcianos», como los llamaba Al. En tales ocasiones sus pensamientos se volvían hacia el revólver, la soga o la navaja de afeitar.
Pasaron varias semanas, y las palabras sin pronunciar fueron alejándose cada vez más de los labios de Wendy.
Wendy jamás había imaginado que en una vida en que nada andaba físicamente mal pudiera haber tanto dolor.
Aquellas montañas eran hermosas, pero despiadadas. Wendy no creía que perdonaran errores,
Él seguía siendo un alcohólico y lo sería siempre. Quizá lo era desde que tomó la primera copa en la clase nocturna de Sophomore en la escuela secundaria. Era algo que no tenía nada que ver con la fuerza de voluntad, ni con que beber fuera moral o inmoral, ni con la debilidad o fuerza de su carácter.
En pleno verano había metido la mano a través del revestimiento podrido de papel alquitranado, y la mano –y el brazo entero– se le habían consumido en un fuego sagrado, justiciero, que destruía el pensamiento consciente y dejaba fuera de lugar la idea del comportamiento civilizado.
Presa todavía de su cólera y de la vergüenza de haberse burlado de la tartamudez de George, lo primero que sintió fue una especie de euforia enfermiza: por primera vez en su vida, George Hatfield había deseado algo que no podía conseguir, ni siquiera con todo el dinero de su padre.
tenía la impresión de que su marido estaba cerrando lentamente una puerta que daba a una habitación llena de monstruos. Ya hacía mucho tiempo que Jack apoyaba el hombro contra esa puerta, pero por fin parecía dispuesto a cerrarla.
las dos imágenes que lo dominaban: la puerta cerrada, amenazante con el secreto que guardaba, y el propio secreto, terrible, repetido más de media docena de veces.
Deseó que la manguera se moviera, porque entonces, por fin, estaría seguro…
no tenía la fibra moral suficiente para respaldar su deseo de muerte.
¿Cuántas veces, a lo largo de cuántos años, había pedido él, ya un hombre adulto, la misericordia de una oportunidad más?
Sin embargo, cuando pensaba en contarles la historia, el viejo recuerdo se alzaba dentro de él como una piedra que le llenara la boca y le impidiera articular las palabras.
Había venido a trabajar con sus papeles, a superar lo que sentía por haber perdido el trabajo, a amar a su familia.
«Este lugar inhumano hace monstruos de los humanos.»
Las cosas que el hombre había construido allí arriba quedaban neutralizadas, y se dijo que el caribú lo comprendía.
La conciencia, como los recibos, como las hojas caídas de los árboles en otoño, descendía perezosamente.
Un verdadero artista debe sufrir. Además, todos los hombres matan lo que aman.
Wendy vio el rostro auténtico de su marido, el que ocultaba hábilmente, un rostro desesperadamente desdichado, el rostro de un animal atrapado en una trampa que excede su capacidad de comprensión y de la que no puede escapar.
cuanto más tiempo pasa un hombre en una institución, tanto más llega a necesitar de ese medio cerrado, como un drogadicto de la droga.
«Si no estás bien atado, te sacudes, te desintegras, te desarmas antes de haber llegado a los treinta…»
Jack veía a Denker como alguien no muy diferente de los pequeños césares sudamericanos absorbidos por sus imperios bananeros, que fusilaban a los oponentes contra el frontón de la cancha de pelota más próxima, un fanático exagerado para la magnitud de su causa, un hombre que de cada uno de sus caprichos hacía una Cruzada.
Todos eran unos farsantes, lo mismo que él, e incluso la hermana. Todo era una gran farsa. «¡A la mierda, al infierno, a la mierda!»,
Tenía un niño a quien aterrorizar, un hombre y una mujer para convertirlos en recíprocos enemigos y, si jugaba bien sus cartas, serían ellos quienes terminarían paseando por los pasillos del Overlook como sombras insustanciales en una novela de Shirley Jackson.
Una vez que uno veía el rostro de un dios en esa confusión de blancos y negros, la suerte estaba echada: nunca más podía dejar de verlo.
presidencial. O quizá fuera un niño que se hubiera partido el cráneo al caer de las barras o de un columpio y que ahora se arrastrara tras él en la oscuridad, con una mueca horrible, en busca de un último compañero para sus juegos interminables y eternos.
Ya no era tan joven, y cuando uno se acercaba a los sesenta (o cuando los pasaba, para qué mentir) tenía que empezar a pensar en la salida de escena, que podía ser en cualquier momento.
Estaban suspirando, susurrando a su oído como el interminable viento invernal, entonando esa mortífera canción de cuna que los huéspedes del verano ignoraban.
Había fracasado como maestro, como escritor, como marido y como padre. Hasta como borracho era un fracaso.
como uno de esos muñecos que saltan por sorpresa de una caja, pero un muñeco asesino, sonriente, con una maza en una mano y ninguna expresión humana en los ojos.
Mental y espiritualmente muerta, su madre había estado esposada al padre por el matrimonio.
En el Overlook habían pasado cosas de las que jamás llegan a los periódicos, porque el dinero tiene su propio idioma.
Las lágrimas que curan son también las lágrimas que queman y mortifican, se dijo.
Hay cosas que no habría que decir a ningún niño de seis años en el mundo, pero la forma en que deberían ser las cosas y la forma en que son rara vez coinciden. El mundo es un lugar difícil, Danny. Un lugar que se desentiende. No nos odia, ni a ti ni a mí, pero tampoco nos ama.

