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Como padres, estamos programados para intentar proteger a nuestros hijos de todo sufrimiento y dolor, pero en realidad eso es imposible. Nuestros hijos se caerán, se sentirán heridos y sufrirán miedo, tristeza y enfado. De hecho, a menudo estas experiencias difíciles son las que les permiten crecer y descubrir el mundo. En lugar de intentar ahorrarles las dificultades inevitables de la vida, podemos ayudarlos a integrar esas experiencias en su visión del mundo y a aprender de ellas. La manera en que nuestros hijos dan sentido a sus jóvenes vidas no sólo tiene que ver con lo que les ocurre,
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Conforme los niños se desarrollan, sus cerebros «reflejan» el cerebro de sus padres. Dicho de otro modo, el propio crecimiento y desarrollo de sus padres, o su ausencia, inciden en el cerebro del niño. A medida que los padres adquieren mayor conciencia y son cada vez más sanos emocionalmente, sus hijos cosechan los frutos y también ellos avanzan hacia la salud. Eso significa que integrar y cultivar tu propio cerebro es uno de los regalos más afectuosos y generosos que puedes ofrecer a tus hijos.
Ofreciendo a tus hijos experiencias repetidas que desarrollan todo el cerebro, te enfrentarás a un menor número de crisis de paternidad cotidianas.
saber que el cerebro cambia en respuesta a nuestra manera de ejercer la paternidad puede ayudarnos a criar a un niño más fuerte y resistente.
Dejando que Marco contara la historia repetidamente, Marianna lo ayudaba a comprender lo sucedido para que pudiera empezar a enfrentarse a ello emocionalmente. Como conocía la importancia de ayudar al cerebro de su hijo a procesar la aterradora experiencia, lo animó a contar una y otra vez los sucesos para que pudiera procesar su miedo y seguir con su rutina cotidiana de una manera saludable y equilibrada. Durante los días posteriores, Marco fue sacando el tema del accidente cada vez menos, hasta convertirlo sencillamente en otra más de sus experiencias vitales, aunque no por ello dejara de
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Sin embargo, una de las sorpresas que ha sacudido los cimientos mismos de la neurociencia es el descubrimiento de que el cerebro en realidad es «dúctil», o moldeable. Eso significa que el cerebro cambia físicamente a lo largo de toda nuestra vida, y no sólo en la infancia, como antes suponíamos.
¿Qué moldea nuestro cerebro? La experiencia. Incluso en la vejez, nuestras experiencias cambian la propia estructura física del cerebro.
Significa que no somos esclavos a lo largo de toda nuestra vida de la manera en que actúa nuestro cerebro ahora: podemos realmente reconfigurarlo para ser más sanos y felices.
Pero los hallazgos en distintas áreas de la psicología del desarrollo sugieren que todo lo que nos sucede –la música que oímos, las personas a las que queremos, los libros que leemos, la clase de disciplina que recibimos, las emociones que sentimos– tiene una gran influencia en el desarrollo de nuestro cerebro.
los padres pueden moldear directamente el crecimiento continuo del cerebro de su hijo según las experiencias que le ofrezcan.
se considera que el cerebro de una persona no está plenamente desarrollado hasta los veintitantos años.
Simplificando, la idea básica es que el cerebro izquierdo es lógico, lingüístico y literal, mientras que el cerebro derecho es emocional, no verbal, experiencial y autobiográfico, y le es del todo indiferente que estas palabras no empiecen por la misma letra.
Recuerda que el cerebro derecho se ocupa de la interpretación de las señales no verbales. Así pues, sobre todo si tu hija está cansada o malhumorada, puede que sólo se fije en tus palabras y pase por alto el tono jovial y el guiño que las ha acompañado.
Así pues, el objetivo es ayudar a nuestros hijos a usar los dos lados del cerebro a la vez: a integrar los hemisferios izquierdo y derecho.
cuando un niño está alterado, la lógica no suele surtir efecto hasta que hayamos respondido a las necesidades emocionales del cerebro derecho.