More on this book
Community
Kindle Notes & Highlights
Solo hay dos formas de eliminar las rimas y las cacofonías: realizando una lectura atenta, o en voz alta. Con el tiempo, se adquiere tanta práctica que tras una primera revisión en silencio ya se detectan estos errores. Las repeticiones y las cacofonías se emplean en la poesía para acentuar un efecto sonoro. Pero son ineficientes en la prosa. Una de esas figuras retóricas es la aliteración. Se parece mucho a la cacofonía, pero es un poco más suave. Es la repetición de grupos de vocales o de consonantes.
Las aliteraciones y las cacofonías se usan para imitar sonidos, reproducir olores y crear extraños efectos. (Lo explico en el capítulo de los ‘efectos especiales’).
Subir arriba, bajar abajo, entrar dentro, salir afuera. Cuando hablamos así, alguien nos corrige en broma preguntando: ¿es que subes abajo, o entras fuera? El verbo ya indica la dirección.
Se llama pleonasmo a la manera incorrecta de repetir las ideas. Solo se acepta cuando deseemos enfatizar algo. Pero es innecesario repetir lo evidente.
Otro error habitual consiste en agregar palabras que añaden poca sustancia a la información inicial.
El concepto de vacío ya abarca toda la habitación. Si quisiéramos decir que tiene algunos enseres, diríamos ‘medio vacía’, ‘no estaba vacía del todo’, ‘vacía, excepto por un sofá’. Por eso debemos repasar cualquier texto y cazar esos errores que cometemos sin darnos cuenta. Estamos obligados a recordar que los lectores ‘entran en situación’ a medida que avanza la lectura. Algunas cosas las tienen presente. Otras hay que recordárselas.
En español, se puede poner delante o detrás del sustantivo, aunque en la mayor parte de los casos va detrás porque incrementa la cualidad del nombre:
¿Cambia el sentido si se pone el adjetivo delante? Por supuesto, pero no en todos los casos.
En otros casos, la posición del epíteto apenas modifica el sentido de la oración:
Los amantes del idioma recomiendan no juntar adjetivos similares: “Notorio y manifiesto homenaje”; “hermoso y bello bosque”; “alta y elevada imagen”... Hay que imponerse como norma estética evitar los adjetivos manoseados: “lindo espectáculo”; “hermosa mañana”; “pertinaz sequía”, “jugada soberbia”, “revista prestigiosa”, “actuación estelar”.
Los buenos literatos afirman que esas escenas de amor se deben resolver describiendo gestos y actitudes, o mediante diálogos que expresen el amor. No adjetivos.
El uso de los adjetivos revela la opinión, la moral, los prejuicios y los valores del autor. Por eso, debemos ser muy cautos cuando analizamos o criticamos algo. Escoger el adjetivo adecuado denota buen criterio. Pasarse de rosca, arruina nuestro argumento.
Cuando el lector percibe un desajuste entre los adjetivos y el contexto, deduce que el autor se ha dejado llevar por la pasión, es poco creíble, muy poético o simplemente mentiroso. Los jóvenes abusan de los adjetivos porque sienten la vida con más pasión.
Como he escrito antes, los adjetivos revelan las opiniones del autor. Sus inclinaciones. Y sus prejuicios.
ponemos muchos ‘que’.
Las oraciones de relativo no son un crimen gramatical. Pero al funcionar como complementos que socorren, aclaran o especifican, pueden convertirse en el fácil salvavidas de una mente indisciplinada, de alguien que se va por las ramas. Para resolver ese abuso, recomiendo leer el Curso de redacción de Martín Vivaldi.
Aquí se usa una aposición. Es la unión de dos sustantivos, o de un sustantivo con un adjetivo, sin verbo por medio: general, conquistador; o, el general, ingenioso...
En el habla común solemos emplear muchas aposiciones. Por ejemplo: “Jorge, el cerebrito, entiende mucho de informática”.
Cuando se junten dos verbos, tratemos de suprimir uno de ellos, además del relativo:
Mi solución preferida: sustituir conjunciones por puntos y seguido, o por dos puntos. De modo que, tras poner en práctica estos consejos, en el texto de Ptolomeo no queda ni rastro de los engorrosos ‘que’:

