Y Margarida lo miró extasiada y pensó, debe de ser un príncipe. O un ángel. Nadie que no haya estado en la Gloria habrá contemplado a un hombre como ese. Y se le reanimaron el corazón y el cuerpo congelado porque se imaginó cómo lo hacía el Señor. El mismo día en que había hecho los jilgueros y las golondrinas. Con el mejor barro. El barro con el que creó a los animales bonitos y provechosos. Con las manos. Y vio cómo le modelaba la boca, y dentro le ponía los dientes de uno en uno, y cómo le hacía el hoyuelo en medio de la barbilla, y los ojos como dos antorchas. Cómo le esculpía ese cuello
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