M A U R O

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No mires, no mires!», porque Blanca miraba. Miraba a los cerdos, que eran calientes, peludos y pesados, y tenían el morro hosco y mojado, y los ojos pequeños y brillantes. Olisqueaban y comían. Hozaban en la tierra de la cochiquera como si tal cosa y después se rascaban. La cabeza del verraco debajo de la barriga de la cerda. El cogote del cerdo debajo de la papada de la puerca.
Te di ojos y miraste las tinieblas
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