«La experiencia literaria cura la herida de la individualidad, sin socavar sus privilegios [. . .]. Cuando leo gran literatura me convierto en mil personas diferentes sin dejar de ser yo mismo. Como el cielo nocturno en el poema griego, veo con una miríada de ojos, pero sigo siendo yo el que ve. Aquí, como en la adoración, en el amor, en la acción moral y en el conocimiento, me trasciendo a mí mismo y en ninguna otra actividad logro ser más yo».

