La imagen más pertinaz del pasado, que habría de permanecer intacta en la memoria de Samuel Adler hasta la ancianidad, fue ese último abrazo desesperado y su madre, bañada en llanto, sostenida por el brazo firme del viejo coronel Volker, agitando un pañuelo en la estación, mientras el tren se alejaba. Ese día terminó su infancia.