Andreína

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Ser una mujer le había cerrado muchas puertas a Hazel Sinnett, pero también le había revelado una valiosa arma de su arsenal: las mujeres apenas se consideraban personas, lo que te otorgaba el poder de la invisibilidad. La gente veía a las mujeres, es cierto; veían sus vestidos cuando salían a pasear por el parque y las manos enguantadas que posaban en los codos de sus pretendientes al entrar en el teatro, pero jamás las habían considerado una amenaza.
Anatomía: Una historia de amor
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